viernes, marzo 24, 2006

e pur si muove


Luego de muchos intentos, por fin la esposa pudo sacarlo de la casa y llevarlo al Mall de la ciudad. Caminando entre el tumulto, mirando por aquí y por allá, el hombre se quedó fascinado con un telescopio Tasco Galaxsee que con su azul mate adornaba la vitrina.
La mujer lo sacó de su convulsivo ensimismamiento y hablándole bajito lo condujo hasta la vidriera de al lado, diciéndole:
- Ven para que veas estas maravillas, Galileo. Son unas máquinas para caminar en un solo sitio. Y ese otro que está allá es para hacer músculos en abdómen, brazos y piernas. Ojalá pudiéramos comprar alguno. Nos ahorraríamos un montón de dinero en dietas y gimnasios.

Galileo miró horrorizado los aparatos de tortura y entendió el mensaje.
Al día siguiente confesó todo ante el tribunal de la Santa Inquisición y se retractó de sus extrañas y certeras conclusiones. Como castigo, lo confinaron en una casa apartado de todo el mundo, incluso de su esposa. Para él, ya esto era un premio a su constancia.
La mujer, por su parte, aprovechó el pequeño incidente para salir de todos los cachivaches que había en el estudio de Galileo y montó allí un modesto gimnasio para uso personal y de las vecinas.
Y vivieron felices para siempre.
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